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Cosas rotas sin arreglo (hasta que alguien las arregla)

Durante una reciente entrevista, Jeff Bezos, fundador de Amazon, contestó a preguntas sobre sus diversos proyectos, desde los habituales -la tienda electrónica, los servicios de computación AWS- al asistente doméstico Echo, pasando por su apuesta por la tecnología espacial y la compra de The Washington Post.

También tuvo tiempo de dar su opinión sobre el valor de la libertad de expresión (en alusión al caso Thiel-Gawker); y sobre la personalidad de los innovadores. Bezos no sólo cree que cualquier avance importante se sustenta por proyectos fallidos que incrementan su tamaño a medida que aumenta la apuesta; como buen defensor de la cultura de conjeturas y el proceso iterativo de ensayo y error que permite innovar, es consciente de los intangibles que conferenciantes estrella y sus gráficas pasan por alto.

Como muchos innovadores, Bezos muestra su escepticismo y capacidad para escuchar (lo que le permite escrutar mejores soluciones), pero también su convicción basada en la experiencia sobre, por ejemplo, la mentalidad de los inventores.

La mentalidad de los inventores

Según este empresario nacido en Nuevo México, que combinó la venta por catálogo e Internet cuando la Red era apenas un pobre directorio de texto, HTML y enlaces (además de aguantar durante lustros las críticas por la falta de beneficios netos que afrontaba la compañía), los inventores son críticos con la realidad circundante, así como inconformistas: “a medida que se sumergen en lo cotidiano, perciben los pequeños detalles que no funcionan en el mundo y quieren arreglarlos. Los inventores tienen un descontento divino”.

Este descontento, realista y cuantificable, contrasta con una voluntad idealista para afrontar el mundo que les rodea sin el cínico conformismo que acaba por acomodar al resto con la realidad que les toca vivir.

Y, del mismo modo que un artista necesita afrontar el vértigo de crear, perseverando incluso cuando se falla una y otra vez, el inventor necesita probar posibles soluciones, pese a que la mayoría de ellas no funcionan según lo previsto, o quizá no mejoran lo suficiente la situación que pretenden mejorar.

El tamaño de los fracasos es correlativo con la ambición de la meta

Bezos quiere seguir innovando y debido a ello, dice, los peores fallos de producto y servicio todavía no han llegado, pero tiene la convicción de que lo harán, ya que intentar cosas arriesgadas, muchas de ellas por primera vez a gran escala, tiene muchas posibilidades de acabar en fracaso.

El empresario afincado en Seattle dice también que con los grandes intentos llegan las críticas, la exposición pública, la presión; la única solución que funciona a largo plazo es “desarrollar una piel dura”, ya que los ataques pueden llegar desde cualquier lugar, sobre todo en momentos de vulnerabilidad.

Partiendo de esta mentalidad con elevada tolerancia al fracaso momentáneo, incluso el repetido, en favor de perseverar hasta lograr los objetivos a largo plazo, empresarios como Jeff Bezos y Elon Musk no quieren perder el tiempo y dedican sus energías a proyectos dispares.

Los grandes industriales de ayer y hoy no lo hacen todo, ni arreglan todo “lo que no funciona”, o todo lo que, por una razón u otra, ha dejado de funcionar, o ha perdido sentido con la irrupción de nuevas realidades, usos tecnológicos, etc.

Cosas que están “rotas” (en lenguaje reduccionista estilo Hacker News)

Una entrada del agregador de información tecnológica de la incubadora de negocios Y Combinator, Hacker News, recopila periódicamente las cosas que, según sus usuarios más vocales en la conversación mediante comentarios y votos, “están rotas”.

En el último listado aparecen cosas “rotas” (léase mejorables usando la mentalidad expuesta por Jeff Bezos) tan dispares como:

  • cultura laboral;
  • sitios web;
  • etiquetado de contenido;
  • escena tecnológica europea;
  • sistema alimentario;
  • ciencia y su divulgación (crisis de las publicaciones, etc.);
  • información electrónica;
  • educación y calificación escolar;
  • Internet;
  • el “contrato social” (partiendo del concepto ilustrado al que se refiere, desarrollado por Rousseau y otros);
  • Estados Unidos (¿quizá debido al espectáculo de las primarias republicanas y demócratas, con un nivel de populismo impensable hace poco?);
  • contraseñas;
  • publicidad por Internet;
  • etc.

Mejorar las cosas que importan

Hay, en efecto, infinidad de “cosas que importan” mejorables. Precisamente, varias personalidades de la escena tecnológica creen que hay demasiados inventores potenciales desarrollando servicios anodinos para Internet (la enésima “app” sobre ésto o lo otro, etc.), olvidando ámbitos de la sociedad donde no ha habido innovación sustancial durante años o incluso décadas.

Así lo creen el editor, inversor y conferenciante Tim O’Reilly (que anima desde hace tiempo a trabajar en lo que realmente importa) o, recientemente, Elon Musk.

Entre las cosas “rotas” que afectan directamente al corazón de la innovación tecnológica, el valle de Santa Clara, se encuentran problemas que, por su complejidad, carecen de soluciones preclaras, fiables o que se muestren efectivas, tras ser exploradas en diseños teóricos y simulaciones.

Aprendizaje de máquinas y progreso social

Algunos de estos problemas amenazan con afectar a Silicon Valley hasta el punto de amenazar su prevalencia en innovación a largo plazo: la vivienda, el tráfico y la gobernanza local. Nadie ha logrado mejorar estos problemas en la bahía de San Francisco, y la ola de prosperidad que ha aportado la escena tecnológica amenaza con agrandar la crisis:

  • la oferta laboral y la prosperidad de los habitantes de la zona contrasta con la incapacidad, debido a restricciones de habitantes y localidades de la zona, así como regulaciones, para construir con mayor densidad, lo que repercute sobre el precio medio de la vivienda;
  • una oferta mejorable de transporte público, así como la dinámica laboral en la zona, convierten en tráfico en uno de los problemas más acuciantes de Silicon Valley cuando empresas como Tesla, Google y los principales fabricantes automovilísticos mejoran en la zona tecnologías como la conducción en autopiloto.

Autopiloto, sí; atascos de toda la vida, también.

Expertos tecnológicos como el inversor Chris Dixon, entre otros, creen que el abaratamiento de la capacidad de computación y almacenamiento de datos, la flexibilidad de infraestructuras gracias a la computación remota, y la evolución de los algoritmos (aprendizaje de máquinas), permiten dar sentido a cantidades cada vez mayores de información.

¿Por qué Silicon Valley no ha resuelto su crisis de vivienda y transporte?

Procesar cantidades masivas de datos y establecer su relación con el mundo real es tarea, a medio plazo, del aprendizaje de máquinas, pero de momento las aplicaciones que dependen del “big data” dependen tanto de editores humanos como de algoritmos.

Esta intersección entre información en bruto y servicios que ofrezcan soluciones a problemas cotidianos (lo que está, según los visitantes de Hacker News, “roto”), promete grandes avances en entretenimiento, urbanismo, transporte, distribución energética, exploración espacial, etc.

Pero, volviendo a la tierra, lugares punteros como Silicon Valley tienen, como todo hijo de vecino, los mismos problemas acuciantes que cualquier gran zona metropolitana: vivienda, tráfico, polución, desigualdad (con extrema riqueza en un extremo y la mayor concentración histórica de vagabundos urbanos de la Costa Oeste de Estados Unidos), etc.

Hay pequeños intentos para mejorar cada uno de estos ámbitos con funcionamiento mejorable o directamente deficiente. Al fin y al cabo, articulan los emprendedores de la zona, ¿no es este el lugar donde se fraguan las soluciones descentralizadas y radicales a problemas que ni administraciones ni empresas convencionales han solucionado?

Autenticidad e inautenticidad en Santa Clara

Los más cínicos del valle de Santa Clara hablan de tecnología y libertarismo mientras, a la vez -y sin encontrar contradicciones en ello-:

  • votan en consejos vecinales contra la construcción de edificios que aporten más densidad a una zona donde dominan las viviendas unifamiliares (como acaba de ocurrir en Cupertino);
  • o se autoproclaman grandes innovadores contra la maquinaria corporativa y burocrática mundial mientras apelan a una legislación urbanística abusiva para, por ejemplo, crear playas de uso privativo o prohibir el paso a zonas boscosas que se convierten en lugares de uso exclusivo de unos pocos.

Como en otras zonas metropolitanas capaces de atraer talento del mundo, Silicon Valley asiste a la batalla soterrada entre generaciones (si bien a menudo esta lucha intergeneracional es también una lucha de concepciones del mundo, algo que no ocurre en Silicon Valley, gracias a su genuina cultura, abierta a compartir innovaciones), con los ya instalados poniendo las cosas difíciles a jóvenes y recién llegados, a menudo de manera inconsciente.

Impostores de Waze

Hay innumerables pequeños intentos de mejorar problemas acuciantes como el tráfico, la vivienda o la pobreza en un lugar tan próspero que sus problemas parten a menudo de la “sobreoferta” de trabajo cualificado y de los suelos de estos nuevos empleados, superiores a la media de la población tradicional. Los resultados son dispares, cuanto no directamente mediocres.

Hay aplicaciones que, como Waze, tratan de solucionar las congestiones de tráfico combinando información de acceso público (clima, accidentes, alertas de los distintos cuerpos de asistencia de cada lugar) con información de usuarios para, por ejemplo, actualizar al minuto los problemas de tráfico en cualquier lugar.

La aplicación permite, en función de esta miríada de pequeños inconvenientes, crear rutas alternativas que mejoran la circulación y ahorran tiempo a sus usuarios. Pero los creadores de Waze no contaban con el uso “perverso” de la aplicación: usuarios que mienten sobre el nivel de tráfico en un lugar, o alertan sobre un accidente o problema puntual en realidad inexistente, para que otros usuarios eviten la ruta donde ellos se encuentran, acelerando así la vuelta a casa desde el trabajo.

Es una tendencia que ya tiene apelativo: “impostor de Waze”, explica Steve Hendrix en The Washington Post.

Rebranding: de casa de huéspedes a co-living

Lo que deberán recordar los emprendedores de Silicon Valley y el resto del mundo al crear aplicaciones que combinan “big data” y “machine learning”, es lo que filósofos del siglo XIX como Schopenhauer o Nietzsche ya achacaban a la mentalidad prevalente en su época, el idealismo (nacionalismo, materialismo dialéctico, etc.).

Estos proto-existencialistas se dieron cuenta de que, para funcionar en realidad, el nacionalismo, el marxismo y otras utopías debían contar con las contradicciones humanas, ya que nadie puede esperar que el ser humano actúe siempre con buena fe o trate de lograr racionalmente lo mejor para sí y para los suyos. Los personajes de Dostoyevski subrayan muchas de estas contradicciones (irracionalidad, desequilibrio mental, carácter autodestructivo, adicciones, etc.).

Los equivalentes a Waze en otros ámbitos “rotos” de Silicon Valley tales como la vivienda son, si cabe, más complejos. La solución más radical no dista mucho de las ya existentes hace un siglo en la zona, tales como las casas de huéspedes, rebautizadas por las nuevas cohortes como centros de “co-living”.

El argumento (fiscalmente conservador) sobre la renta básica universal

Además de compartir alojamiento a través de nuevas modalidades de albergue o mediante aplicaciones colaborativas al estilo de Airbnb, otros abogan por una mayor radicalidad, al creer que el precio de la vivienda y el alquiler obligan a alojamientos temporales (casas sobre ruedas, etc.), caravanas al estilo Airstream, autocaravanas, etc.

Cuando incluso la localidad de la zona más castigada por la desindustrialización y la marginalidad, Oakland, asiste al fenómeno de la “gentrificación” (con el aumento de los precios de compra y alquiler, así como las dificultades burocráticas para edificar nuevas viviendas), muchos jóvenes abogan por experimentos sociales a gran escala que, en otros contextos, sonarían a utopía socialista.

Inversores como Marc Andreessen o Sam Altman (Y Combinator-Hacker News), entre otros, muestran su simpatía por cualquier innovación simple que resuelva problemas sociales complejos. Al fin y al cabo, dicen, éste es el fin de muchos emprendedores de la zona.

De Sam Altman parte un experimento privado que pretende probar la efectividad de establecer una renta básica universal entre un grupo de personas voluntarias en Oakland, una prueba piloto cuyos resultados serán seguidos muy de cerca.

Qué hacer con el tiempo libre remunerado

En lenguaje de la zona, la renta básica universal es “inversión de capital riesgo” para la gente, y el objetivo es inspirar en sus beneficiarios la misma cultura de responsabilidad y ética individual que se extiende entre un porcentaje significativo de nuevas empresas iniciadas con capital y métodos de seguimiento y transparencia aplicados en dichas empresas.

Esta medida, especulan, reduciría las presiones más acuciantes de la ciudadanía y permitiría a muchos destinar más tiempo a vocaciones, convirtiendo una carrera por llegar a fin de mes en el inicio de una vida de académico, artista, emprendedor, etc.

El Cato Institute (think tank liberal), mientras Noah Gordon en The Atlantic, han argumentado los pros y contras, desde un punto de vista conservador, de establecer un esquema de este tipo sin que ello implique más burocracia, ineficiencias o picaresca.

Cuantificar la inconsistencia del ser humano

Altman, Andreessen y otros han asistido al voto de la población suiza, que ha rechazado por aplastante mayoría una medida similar que el país se podría haber permitido.

En el fondo del tema, uno se acuerda de la complejidad del carácter humano. Sin incentivos económicos, temen algunos, atributos como la capacidad de superación o la perseverancia podrían verse resentidos.

Sin olvidar la crítica de Nietzsche o Dostoyevski a los grandes idealismos surgidos en el siglo XIX: sobre el papel, funcionan, al considerar que el ser humano es reducible a algo comprensible y cuantificable con una lógica mecanicista.

Como especie, hemos demostrado con ahínco que nuestra conciencia y comportamiento, con sus miserias y logros, son mucho más que lo que proyectamos.

Y es esta diferencia entre lo que aparentamos y lo que reside en nuestra conciencia lo que propulsa muchas de nuestras acciones, tal y como Heidegger, Sartre y la diferenciación que éstos hacían entre espíritus auténticos -o fieles a su potencial- y personas “inauténticas” (o que actúan con “mala fe”), la que nos hace humanos.

Veremos qué ocurre con los grandes problemas cotidianos en el epicentro del solucionismo.